Ruta hacia Huadhua


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Por la mañana nos marchamos para Huadhua con el objetivo de subir unos 1200 metros de altitud, a tiempo para el almuerzo con los niños de la escuela. No esperaba un viaje tan rico en paisajes y que Ian fuera a enseñarnos tanto. A medida que atravesábamos los alrededores de Cusco Ian nos contaba que cada una de las ciudades que cruzábamos era conocida por su especialidad culinaria: Saylla por su chicharrón, un delicioso plato de cerdo frito; Tipón por su cuy (cerdo de Guinea), una exquisitez peruana; and Oropesa por su pan, que lamentablemente no pude probar. 

Una vez por los pueblos más pequeños en las afueras de Cusco pasamos por las murallas y las puertas Incas que delimitaban los distintos barrios del antiguo imperio y que parecían haber servido de entrada para Cusco. Luego nos paramos en la ciudad de Quiquijana para coger hojas de coca – Ian conoce a una abuela en Huadhua a quien le encantará esta sorpresa para prepararse té. Al final estas hojas me fueron de gran ayuda para alcanzar la comunidad ya que seguíamos sumando altura en un sinuoso, sucio y largo camino de un solo carril desde hacía más de una hora. 

Subiendo la montaña Ben y yo nos fijamos en unas líneas horizontales que cortaban de manera transversal los acantilados de nuestro alrededor, ¿acaso era aquello un fenómeno geológico o algún tipo de vegetación? Resulta que no, estas líneas irregulares y abruptas, que llenan de rayas las laderas de la montaña a las afueras de Cusco, son terrazas abruptas talladas en la tierra, hechas para sembrar patatas a cientos de miles de metros en las laderas de la montaña. Las familias de Huadhua plantan sus patatas en estas terrazas asombrosas. 

Más abajo pasamos conduciendo cerca de unos burros testarudos que no nos dejaban pasar con la furgoneta – En Quechua se les llama asno, que graciosamente también se usa como adjetivo para hablar de una persona testaruda. Encuentro estas similitudes idiomáticas bastante reconfortantes. Más arriba solo hay alpacas que comen cactus que crece en las alturas. Estos animales son demasiado inquietos, suelen ser asustadizos y pegan saltos enfrente de nosotros mientras conducíamos. Me preocupé un poco ya que nos dimos cuenta de que nuestros frenos ya no funcionaban a más o menos media distancia de camino a Huadhua. 

Llegando ya a Huadhua, a la cima de la montaña, nos encontramos con Ausangate, el masivo glaciar, y finalmente pudimos divisar la laguna de Huadua. El lago en sí es maravilloso, acoge a una gran variedad de patos, cuyo graznido le da el nombre a Huadhua (ya que se asemeja a “cua cua”), y también al Ganso de los Andes, que son muy bonitos y amigables. Aquí la tierra estaba cubierta de cactus, el sol radiante brillaba y los picos que nos rodeaban eran increíblemente abruptos y a veces incluso estaban teñidos de rojo por el hierro. Los bloques erráticos que parecían salpicar el paisaje me recordaban cada vez más a un paisaje lunar. Nunca había visto algo parecido y al llegar al pueblo me asombró comprobar que muestro coche era el primero de la semana que pasaba por ahí.

Huadhua es una comunidad de más o menos 30 familias. Viven en casas de barro cocido, con techo de paja y hacen agricultura de subsistencia con esta extendida y espectacular tierra que se extiende desde su remoto pueblo. Aquí no hay agua corriente y la luz ha llegado recientemente. Hoy en día, la mayoría de las casas tienen bombilla.
Ahora quiero dejar a Ben el relato de nuestra experiencia en el pueblo, este era el trato que teníamos. La última cosa que voy a mencionar por hoy, es lo difícil que fue irnos, además de que la ruta para descender nos pareció un poco larga, tuvimos que conseguir de alguna forma que se bajasen de la furgoneta pick up 15 niños entusiasmados. Es más fácil decirlo que hacerlo. 

-Phil